sábado, 1 de marzo de 2008

A Través de los Ojos de un Nene Triste


Ilustración por Santiago Fredes (Grupo Ninios)

Nací bajo el signo de Escorpio una estrellada madrugada de 1979. Mi madre nunca dejó de cuestionarse mi rebelión, mis susceptibles cambios de ánimo, las inconstancias de mis búsquedas y lo absurdo de mi lógico mundo patas arriba.
Aún mis más dulces recuerdos están empapados de la saliva del último triste beso de despedida. Siempre tuve muy buena memoria. Puedo asegurar estar viviendo en este mismo momento la primera reprimenda que me dio mi madre, cuando a los nueve meses clavé mis primeros dientes en la confianza de su pezón y su alimento. Mi condena se redujo a la plasticidad de una mamadera.
Ahora estoy cayendo de los altos estantes de la curiosidad, culpando a las patas de la banqueta traicionera; envuelto en el llanto de un piso de parqué.
Ahora me suelto de la mano del paseo con mi abuelo y entro en jardines prohibidos y arranco flores –tacos de reina- abro canillas y orino troncos de plátanos, conjugó mal los verbos y mastico crocantes orejas de cerdo porque en el supermercado decía: “Sírvase Usted mismo”. Por razones laborales de mi padre hice buena parte del jardín de infantes en Rhode Island, Estados Unidos. Ya lejos de los plátanos de Victoria y San Fernando me orinaba encima por no saber decir la palabra “Bathroom”.
Mis lágrimas congeladas sobre las luces de neón y los milk-shakes de frutilla, las mesas de pool envueltas en humo, las largas barbas, los muñecos de nieve con zanahoria por nariz y los mapaches de madrugada que rompen bolsas de basura como gatos de Buenos Aires. Nunca podría olvidar las corridas por los verdes parques de los aguijones de abeja en las plantas de los pies, las oxidadas escaleras de emergencia, el drogadicto de arriba y el loco de abajo, la campera roja de mi madre y los villancicos, canciones de fogón y de manzanos marchitos que me cantaba mi padre.
Y ahora estoy volviendo al patio de dos por dos de mi país, a mi tortuga Cleopatra transformada en número de circo; haciendo equilibrio en un palo de escoba que tenía en mi boca y al accidente de mis cuerdas vocales casi arruinadas para siempre.
Vuelvo al terror de los ya extintos e ineficaces cucos y hombres de la bolsa, sátiros de estiletes, a las aterrorizadas huidas de las falsas ambulancias y de las luces-ojos; a los cocodrilos debajo de la cama y a lo que ocultan las puertas y bañeras; a los mundos fabricados en la electricidad de una habitación a oscuras y al sueño conciliado en la agotada paz de la primera luz de una vieja persiana de madera.
Vuelvo a los amigos del barrio, a las escondidas y a la bolita, a los experimentos con hormigas y a los cuarteles en un cantero, al barrilete enganchado y a los barcos de papel seguidos por cuadras en una cuneta ensanchada de lluvia. No dejo de lado a la aurorita con ruedas o al festejo de goles entre arcos de paredes y postes de luz.
No me olvido de las guerras de uva bajo la parra, de como picaban los venenitos de paraíso, del primer ojo morado o del primer pez que pesqué, una piraña.
A los trece años fumé mi primer cigarrillo, a escondidas, en una terraza de cemento desnudo. El achanchado perro del vecino que peleaba con el sueño en una sábana de nylon y la esencia de shampoo frutal que emanaba de la claraboya del techo vecino fueron mis testigos. Miré una nube desflecada y me sentí un hombre experimentado.
El tiempo pasó y fui creciendo, di mi primer beso en una plaza que no paraba de girar; tenía a la sortija en perpetuo poder. Trepé los relampagueantes paredones del amor prohibido, me enamoré de voces y de fantasmas y escuché tristes historias de putas tristes. “Tenés ojos de nene triste” –me dijo la única mujer que realmente amé-Eso es lo que nunca dejaré de ser...

(Fragmento)

Si querés conseguir el libro completo mandá un mail a: cheeba79@gmail.com

2 comentarios:

Anónimo dijo...

brillante!

Anónimo dijo...

Sebastián, realmente fui intentando mirar a través de esos ojos...
En verdad a eso me dedico, soy maestra de jardín y te aseguro que duele en lo más profundo ver la mirada de un nene triste. Pero al menos intento ponerle una estrella a la infancia. Me gustó mucho lo que leí.
Daniela.

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