sábado, 1 de marzo de 2008

Las Sinfonías




Las Sinfonías


1. “Ahora… (Un mes después)”




Finalmente las patas de las sillas retrocedieron, dejó de escucharse el noticiero de medianoche en la televisión, el vaso de agua para la mesita de luz fue llenado, mi abuela me dijo “Buenas Noches”, la pelotita de goma de Daisy rebotó cortamente en el piso... y sus pezuñas de cerámica fueron tras ella en la oscuridad; el termotanque hizo un shhhh! metálico y dejó de calentar el agua para irse a dormir, agotado... como el resto de la casa, de los que viven de día y vuelven a apagar sus veladores.
Todos salvo la rata blanca Werner, que al igual que yo esperaba ansiosamente la finalización de ese interminable ritual... que a mi me permitiría contar esta historia y a él... bueno, a él; echarse de panza en su nido de viruta... o andar en su rueda.
Y de repente tengo una duda y me trepo a un alto estante y me doy cuenta que “Raoul Duke” era el nombre del periodista gonzo (interpretado por el gran Johnny Depp) en “Pánico y Locura en las Vegas” de Terry Gilliam... y trepé a ese estante solo porque él fue quien dijo: “Si sacás el pasaje tenés que hacer el viaje” y eso se transforma de alguna manera en el comienzo del relato que me he propuesto contar hoy, animado por la compañía de mis cigarrillos jujeños CJ y por la certeza de que mañana es nunca... y pasado mañana es nunca jamás.

2- “La Partida… (Un mes antes)”

El bolso azul que me había prestado Huapi era demasiado grande, y estaba lleno de parches cosidos con inscripciones anárquicas... y a pesar de que había intentado no cargarlo demasiado, era inevitable detener mi marcha cada pocos minutos y cambiarlo de brazo... como si llevara un muerto dentro.
Y es así como llegué a la terminal de ómnibus de Retiro, acompañado de mi padre, encargado fundamentalmente de dos cosas; ayudarme con el equipaje y despedirme.
Casi dos horas después de lo pautado veo ante mi el colectivo que me transportaría 2800 kilómetros a lo largo de casi dos días de viaje a través del sur de mi país, hasta Calafate; provincia de Santa Cruz.
Al levantar mi vista, congelada pensativamente en todo tipo de cavilaciones que tenían como marco la desvencijada estructura de ese ómnibus, debo haber mirado a mi padre bastante trágicamente. Al rato los dos empezamos a reír y a hacer bromas y él me dijo que le hacía acordar a cuando viajaba al sur a principios de los años setenta, haciendo trasbordo de trenes, colectivos, dedo en las rutas y demás detalles que me había estado refiriendo en el tren Tigre-Retiro momentos antes; viajes de cuatro agotadores días de ida.
Y sus viajes de treinta y pico de años atrás se transformaron en la segunda misión que tenía para el mío en ese momento... pero ya volveré a eso más adelante.
Un abrazo de despedida, una frase: “Ojalá que por lo menos te toque una mina como compañera de asiento” y un cargado ascenso, mochila, gruesa campera de jean con corderito, mi inseparable manta escocesa; una bolsa de nylon con algunas provisiones... unos sándwiches, un paquete de galletitas dulces surtidas, una tableta de chocolate, agua mineral y una petaca de café al coñac.
Al dar tan solo unos pasos comencé a sentirme torpe por mi abultada carga. Todos estaban notando lo exagerado de mi equipaje de mano mientras yo giraba para uno y otro lado en busca de mi número de asiento.

3- “El Viaje”

No podía hacerme a la idea de que la realidad de otros viajes me habían demostrado un espacio físico y una comodidad interminablemente más amplios.
Tracé mil y un equivalentes más... el definitivo, aquél de mayor personalidad y aplicación al caso fue la idea de cruzar medio país sobre un colectivo de línea de corto recorrido, uno como el 60 o el 15... aquellos en los que viajando dentro de la ciudad de Buenos Aires, difícilmente se podría tolerar más de una hora de marcha.
Y allí estaba mi padre, dándome señales de aliento a través de la ventana... hasta haciendo morisquetas para animarme... o eso es lo que se me ocurrió imaginar.
Todavía pensaba en su última frase cuando el transporte se puso en marcha: “Ojalá que por lo menos...”. Y pensaba en Raoul Duke “Si sacás el pasaje...”
Cuando dejé de pensar las luces del colectivo se habían apagado... y las dos frases se habían transformado en realidad.
Una enigmática silueta recortada en la oscuridad, sin nombre, sin edad.
A las pocas horas la empecé a escuchar roncar, suave y cálidamente como lo hace una mujer y no fue hasta la primera parada de ruta (al descender antes que yo) cuando llegué a la conclusión de que al menos tenía un culo aceptable... pero su rostro, sus ojos; todavía eran un verdadero misterio vedado por “permisos” y “gracias” en la oscuridad.
Me preocupaba la idea de no poder dormirme, no poder descansar; muchos pasajeros ya roncaban; las cortinas color gris topo ya se habían corrido para evitar los molestos relampagueos de pesados camiones que pasaban en dirección contraria a toda velocidad.
Comencé a sentir frío en las piernas y me cubrí con mi manta dándome cuenta que ya había perdido la noción del tiempo, solo sabía que era de madrugada y que también estaba sintiendo hambre.
Revuelvo entre mis piernas hasta llegar a la bolsa de nylon y saco la bandeja de sándwiches sintiéndome sumamente “anormal” por hincar el diente a esa hora (la que fuera) cuando ya todos lo habían hecho.
El ruido que hice provocó el llanto entrecortado de un bebé que se acababa de despertar; tal vez en el fondo del micro... y me sentí culpable y seguro de que una madre estaba puteando en su fuero interno a ese desconsiderado de adelante en el que me había transformado.
Solo cuando creía estar a punto de haberme entregado (no al sueño) sino a un descanso conciente, escucho la fuertísima voz del chofer que siempre anunciaba la llegada a una terminal de un pueblo x y los minutos que pararíamos... suficientes para estirar las piernas, fumar un cigarrillo o comprar un paquete de papas fritas.
Ya había amanecido... o tal vez no aún; cuando llegamos a Bahía Blanca (a solo 700km de recorrido). Tenía las piernas entumecidas, los borcégos nuevos me apretaban... así que descendí y me senté en un banco de la terminal, fumando y reparando únicamente en como se miraban, en como me miraban y en como los miraba yo...compañeros de viaje sin nombre, muchos totalmente solos... buscando en otros rostros algún rasgo amistoso con el que se pudieran identificar para intercambiar alguna opinión vacía, sobre el clima, si se había podido conciliar el sueño o no, destino final de uno u otro viaje, etc.
Antes de partir, súbitamente; me di cuenta que ya conocía ese lugar... esa triste terminal amarilla en la que había estado cuatro años atrás... mi amigo Emir y su padre me esperaban para desayunar.
En este momento conjeturé sobre mi compañera de asiento, a pesar de no haber cruzado palabra aun; ya tenía demasiada información a mi alcance y todo, su cara y su edad eran perfectamente normales... carentes de sorpresa quizás ¿qué esperaba?.
Y es así como ella volvió a su sueño, un ronquido leve... una respiración apenas más forzada. Pasé un buen rato mirando a través de la ventanilla, la naturalidad de una línea de horizonte que amenazaba con pegar un repentino y brillante zarpazo de tigre a la noche.
Y sucedió lo que no esperaba... ella comienza a acomodarse y gimiendo satisfecha en sueños, apoya sus cálidos glúteos contra mi.
Por primera vez en el viaje me sentí feliz, imaginando por adelantado como relataría eso en este momento y en que de alguna manera todo lo que sucediera valdría la pena.
Me adormecí con ese pensamiento, entre excitado y sedado.
La próxima parada fue a mediodía y fue cuando me acerqué a ella para hablarle. Me contó que era de Puerto Madryn (un lugar que únicamente podía asociar con enormes colas de ballenas saliendo del océano), estudiaba para despachante de aduanas y había estado en Buenos Aires visitando a sus amigos por las vacaciones de invierno. Lo había encontrado tan lindo (hasta la temperatura) que hubiera deseado quedarse definitivamente.
Sentí pena por ella al ver su carterita, que sin dudas había comprado en Capital Federal... y que muy probablemente se desviviría por esas marcas y esas ropas totalmente fuera de su alcance en su ciudad natal.
Estábamos en San Antonio Oeste... o en Sierra Grande, no importa... ya estaba más al sur de lo que había estado alguna vez en mi vida... ambas veces en el año 1992, cuando fui a Bariloche en viaje de egresados de séptimo grado o a Viedma con un dedo mayor quebrado a competir en un torneo de yudo..
Entrábamos a Puerto Madryn mientras ella me contaba de lo pequeño que era y de cuanto se aburría. Llovía. El cielo estaba cargado de pesadas nubes grises y de poesías de Borges y de tangos de Goyeneche... y todo me parecía melancólico y olvidado.


5- Calafate: “Primera Misión”

Luego de cuatro horas más de marcha en las que la grandeza exuberante del paisaje, la comodidad de las butacas y la claridad que me ofrecían las enormes y limpias ventanillas me hicieran sentir recompensado; llegué finalmente a Calafate.

“El paisaje me revienta. No miro las montañas ni por broma. ¿Qué hacemos con la montaña?. ¿Describirla?. Montañas hay en todas partes. Los países no valen por las montañas”.

De esa forma se expresaba Arlt en la década del 30´ en otra de sus clásicas Aguafuertes (está vez sureñas) publicadas en el diario “El Mundo”.
He trascripto esas líneas únicamente para justificar la culpa que sentiría de no hacerlo.
Más de uno podría creer que estaría pecando al traicionar en este relato todo tipo de coloridas descripciones y metáforas inspiradas por esos mismos paisajes, trazando paralelos con una lejana Suiza... a modo de folletín para turistas.
Tampoco sería 100% sincero si me aferrara íntegramente a la sentencia de Arlt, es decir; claro que he visto las montañas y me he sentido fascinado ante ellas pero, en consonancia con Arlt, siempre preferiré captar la esencia, el alma, las ideologías, las formas de pensar y de sentir; de vivir... de aquellos que me he encontrado en el camino y que de una u otra manera han sido significativos de recordar y plasmar en este preciso instante; en el que han obtenido; sin saberlo, una cuota de anónima inmortalidad.

La primera impresión que tuve de Calafate, una vez en la terminal, dando vueltas y trastabillando con el pesado bolso; era lo extraños que resultaron ser los teléfonos públicos.
Recordé una frase de Lucho (que como había comprobado muy probablemente había extraído de uno de esos carteles de la ruta que daban la bienvenida a la ciudad)... “Calafate es el futuro”...
Seguía con esa frase en mente mientras examinaba atenta y críticamente aquél teléfono público que tenía frente a mí, a no más de un metro veinte del suelo, grisáceo; casi “aerodinámico”, cromado y en algún sentido internacional.
“La puta madre, me cagó un peso”, escuché inmediatamente de boca de –sin dudas- otro porteño.
Me sentí traicionado, en el futuro no solo habría enanos y gigantes encorvados también se seguiría robando... bajo el sutil disfraz de un accidente involuntario.
Sentí desconfianza del futuro mientras ponía monedas de diez y veinticinco centavos (no de un peso), ya que sí podía confiar en el pasado... y eso es lo que me había enseñado segundos antes.

8- “Una Búsqueda, un Encuentro”

Estaba buscando la cerveza local “Vhirra”. Lucho me había dicho que no podía irme de Calafate sin haberla probado antes.
Entramos en una especie de “galpón” (no debería ponerlo entre comillas porque es eso de lo que se trataba), un galpón de más de 90 años, con su piso de tablas de madera y su techo de chapas de cinc mantenidos en perfecto estado.
Como atracción, estantes con antigüedades de todo tipo, por todos lados. Iluminado con lámparas dicroicas y vidrieras prolijamente dispuestas, resultaba un imán histórico para turistas, lugar en el que también podían encontrar bebidas alcohólicas, prendas de nieve, de ski y cd roms (a 30 pesos cada uno!) con imágenes del impresionante desprendimiento del glaciar el pasado 24 de marzo (el último que podía ser calculado, y que a mi me había parecido semejante a las proporciones de una casa).
No encontré mi cerveza. Solo botellas vacías rellenas con agua. No era temporada de cerveza en Calafate, y en el caso de ésta (en su calidad de artesanal) solo debía beberse fría en el momento al no estar pasteurizada ni contener aditivos o conservantes.
Al menos pude probar gratis una buena medida de licor de Calafate, ese frutito rojo –también fuera de época- ¿Será el licor el sustituto del fruto y volveré?...
Salimos a la calle mientras paladeaba lo que había sido dulce en primer lugar, para transformarse toda esa impresión en un trasfondo de la siguiente, amargo, ácido...
Al llegar a la esquina somos interceptados por las hermanas C... de 18 años y S... , dos años menor.
Hacía meses que no se cruzaban con Lucho pero aún así lo recordaban (y recordaban su auto!).
Él me presenta como su “amigo cineasta de Buenos Aires” e inmediatamente abren sus ojos de par en par entre incrédulas y fascinadas, así que intento tomar parte en la conversación.
No dejaban de hablar en ningún momento como si nos conocieran de toda la vida y a los pocos minutos advierto que algo andaba mal.
Historias de ex novios y conquistas, cartas de Bucaray, inventos de embarazos y bolsos armados y huidas, represión y asfixia de una madre recién operada; horarios de llegada jamás cumplidos, paquetes de cigarrillos y botellas de champagne que obtenían gloriosamente “gratis” gracias a algún desprevenido.
No lo juzgo. Nada de esto me parece moralmente incorrecto, pero pude encontrarme fingiendo y me sentí molesto. Ni una palabra sonaba verdadera o era tomada en serio en su justo grado de dramatismo.
Aunque: “¿Por qué no tomamos una cerveza?... ¿Hay alguna plaza por acá?”.
El andar sin destino sufrió un alto y mi medida fue aceptada y reforzada al segundo por Lucho: “¿Por qué no vamos a “La Algarabía?” –Ese es el nombre del único pub joven-
La conversación unilateral sigue su curso, ellas hablan sin parar y yo escucho.
Estamos sentados los cuatro en una mesa cuando comienzo a darme cuenta del juego de mi amigo. Definitivamente no se podía hablar en serio, no se podía tratar ningún tema en profundidad entonces la ironía y el exagerado alarde tuvieron lugar.

No querían realmente conocernos, solo querían sentirse impresionadas por nuestros relatos de violencia cotidiana de la gran ciudad, los grupos musicales que escuchaban y que nosotros veíamos con regularidad en vivo y en directo en cualquier estadio.
Levantamos las copas y brindamos por habernos conocido mientras no paramos de reír. Lucho diciendo de reojo nuestras verdades en el mismo tono de inverosímil patraña, sin encontrar sentido en procurar hacer creer lo verdadero, lo que raramente creerían.
C... me toma del brazo y me dice de forma orgullosa y poco afectada, mientras apunta con su dedo angular bajo la mesa: “Por está pasó todo Calafate”.
Festejé animadamente su afirmación como si ella hubiera alcanzado el mayor de los objetivos personales.
Respeté su escandalosa sinceridad espontánea y sin sentido mientras cerraba mi vista en el plano detalle de una mano y una rejilla repasando una barra en penumbras. Sentí que estaba delante de dos entrenadas prostitutas de corta edad.
“¿Acaso pensabas hablarles de Dostoievski o del amor proustiano?... en una de esas mañana te enseñan a carnear un cordero y de todas maneras es un intercambio...”.

(Fragmento)

Si querés conseguir el libro completo mandá un mail a: cheeba79@gmail.com



1 comentarios:

Sebastián Pablo Lastra dijo...

Mi hermana Gaby dijó:

Suelo pensar q cada uno de nosotros nace con un don, un regalo... con algo q, en caso de que así lo desee, deberá ir descubriendo (generalmente de manera gradual) a lo largo de su paso x la vida...

Mi hermano se trajo puesta la capacidad de plasmar en palabras sus sensaciones, ideas, pensamientos... de una manera agradable y q suele capturar a quien lo lee...

Es por eso q quiero compartir con ustedes la reciente creación de su blog literario para q lo visiten, si tienen ganas de hacerlo... (abajo va la dire...).

Besos y buenos vientos!

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Y usté dice...¿cómo es que dice?...bueno, diga nomás lo que usté quiera decir!