sábado, 1 de marzo de 2008

El Interruptor Fijo

Todo relato de iniciación debe tener una sola marca, ser fiel en los detalles, sincero en lo que determinantemente lo convierte en único. De cualquier otra manera estas evocaciones se transformarían en la repetición de la experiencia de alguien más o en una mezcla de varias previamente contadas y escuchadas por alguien más, tergiversadas y amoldadas; por lo tanto incurriríamos en la falsedad más grande... habernos mentido a nosotros mismos.


La palabra "experiencia" significa sufrimiento, únicamente porque todo cuanto experimentamos deja una huella indeleble, cruzar una raya en la arena trazada por nosotros mismos; por los límites que ahora hemos atravesado hasta adquirir la plena conciencia -dolorosa- de que nunca jamás volveremos a ser las mismas personas.
Contrariamente al funcionamiento de un interruptor encendido-apagado (en el que siempre se puede volver al origen a gusto) solo podemos girar las cabezas a través de nuestros hombros y contemplar en cuclillas el paredón que hemos saltado.
Los condicionamientos sociales, como una edad específica en la que debe sucedernos / experimentar cada cosa, muchas veces se arraiga en la vergüenza que atenta contra la pura verdad que nuestro interior conoce.
El primer día de mi primer año de secundaria, el profesor J. de literatura nos encomendó una tarea específica. La severidad y robustez de J significó ese punto y aparte contrapuesto a la maternal calidez de una acostumbrada maestra de grado.
Algún tiempo más tarde añoré y agradecí esa severidad, no solo en él sino en sus similares... los únicos profesores que han permanecido en mi memoria son aquellos que más he odiado, que más se han empeñado en hacer difícil el transcurrir de las cosas, por ende; de quienes más he aprendido.
La tarea encomendada consistía en redactar para la semana siguiente una composición sobre el tema "Mi Primer Cigarrillo".
¿Es que acaso este profesor-armario no se detuvo a pensar que a los trece años difícilmente muchos de nosotros habíamos incurrido en ese vicio?.
Nadie se atrevió a objetarle nada en absoluto a J. mientras todos colocaban en una rayada hoja de carpeta el título.
Toda mi vida había odiado el tabaco. Mi padre me había relatado innumerables veces la muerte de mi abuelo a causa de el y yo juraba y perjuraba que nunca me acercaría al nefasto cilindro de muerte.
Pero a partir de ese momento, desde la tarea impuesta por J., se había producido un clic en mi interior. Nunca sostuve la posibilidad de mentir, de escribir una ficción, de dar sustancia a una de esas tantas historias gelatinosas que había escuchado.
La de mi abuelo materno A, era una excelente opción. Cuando contaba con diez años y mientras su padre dormía la siesta, le había extraído su tabaco y su pipa y se había alejado para probar el misterio -siempre lo imaginé debajo de una higuera o algo así-.
Poco tiempo después se vio invadido por un violento acceso de tos y el misterio tuvo el color azul amoratado de su rostro.
Desde entonces nunca más sostuvo una pipa o un cigarrillo entre sus dedos.
Fuera cierto o no, sonaba real. Algunos años después -a pesar de que él no tenía el vicio- llegué a pensar que se trataba de una fábula, una exageración, una especie de historia-moral para producir un efecto en su nieto, una buena base de miedo y una cobertura de prohibición...

(Fragmento)

Si querés conseguir el libro completo mandá un mail a: cheeba79@gmail.com




0 comentarios:

Publicar un comentario

Y usté dice...¿cómo es que dice?...bueno, diga nomás lo que usté quiera decir!