lunes, 31 de agosto de 2009

Féretro para Dos (Adelanto de la Novela)

Hoy les traigo un pequeño fragmento de mi segundo libro, próximo a salir de la imprenta en estos días...


Hace muchos días que no escribo una sola coma, demasiados como para rebobinar el almanaque y recordar dónde es que había quedado y cómo se supone que iba a continuar. El calendario de mi creación es vago e irregular y un sábado azul se echa a dormir sobre un domingo rojo mientras despierto a un lunes verde y le digo que es hora de volver a empezar. Agasajo mi ego con mates calientes y tortas fritas caseras y un paquete de cigarrillos listo para ser abierto y eso es más de lo que necesito para contar.

Mi razón es copiloto de mi corazón y ambos viajan a buena velocidad a través de mis días, hasta que el uno advierte demasiado tarde sobre una curva cerrada y poco prevista y el otro se ve obligado a clavar el freno de mano y volantear y mi vida es un auto loco que derrapa y queda de costado echando humo, fuera de carrera y con olor a neumático incendiado; en la pista circular de la existencia todo fin vuelve a ser comienzo.

Ya no quiero prometerle a mis promesas ni que me hinquen la cabeza para que las acaricie, esperando siempre la prorroga de un paseo.

Y en ese preciso momento todos los pensamientos que me esforcé en domar se entregan mansos a comer de mis neuronas. Todos los ríos violentos son calmos arroyos. La gota de una nueva idea hace plic en el agua de mi mente y sus esferas se expanden en mi conciencia. Escondo la cabeza bajo la almohada. No. Ahora no. Por favor. ¡Basta! Déjenme en paz. Junto piedras en mi cabeza y hago una barricada mental, pero el agua no se estanca, no se detiene, se filtra en nuevos hilos de ideas y cada pequeña piedra que muevo cambia el destino del cauce.

Ahora me estoy evaporando. Sobre mí flota una bruma espesa y el sol amenaza con dejarme seco.

Enciendo la luz en estado gaseoso y escribo esta nube, esta nube insignificante y desflecada teniendo un cielo por llenar… pero ya es algo mientras proyecto largarme a llover encima de tuyo.

Acompaño a mi madre a hacer los trámites a la funeraria. Son las seis de la mañana y hace frío mientras un empleado nos muestra una carpeta con varias opciones del servicio que ofrecen: coronas grandes, medianas y pequeñas, ramos y arreglos para todos los bolsillos, ornamentos, urnas, nichos, parcelas, libros de firmas, tarjeteros, grabado de placas, arte funerario: sagrarios, figuras de bronce, foto esmalte enlozada color o blanco y negro, etc, etc.

Me siento tan indeciso como si tuviera una carta ante mí, un menú con lista de bebidas, entrada, plato principal, parrilla, postres... y mi madre me consulta pero le respondo con la mirada ¿qué mierda estamos haciendo?

Dejamos de lado la cartilla y el mismo empleado nos conduce hasta un patiecito exterior. Subimos una angostísima y alta escalera de cemento y llegamos a una habitación iluminada por una lamparita desnuda.

También hay féretros para todas las economías: Los de la obra social del estado servían, según nos dijo el empleado, para los indigentes, para los muertos sin familiares que los reclamen. Mientras escucho estas palabras toco esa madera y noto que no hay demasiada diferencia con la de un cajón de manzanas astillado y me cruza por la mente la idea de que en un cementerio de animales en Pilar algún perro bienaventurado recibirá más digna sepultura que aquel mendigo que limosnea en la puerta de la iglesia local.

El resto seguía ordenado de menor a mayor según su valor, el tipo de madera, labrado, bisagras, manijas, ataúdes ecológicos, artesanales, laqueados, pintados a mano, elegantes diseños con cruces y cristos muertos más grandes y llamativos. El empleado espera de brazos cruzados pensando en la comisión que se llevará. La psicología del sepelio es la de siempre, hacerte sentir que cuanto más invertís más demostrás amar a tu ser perdido, y así todo funeral se transforma en una especie de ritual mafioso.

Optamos por el anteúltimo cuya madera parecía mejor que la de mi cama.

“¿Te parece que éste le habría gustado a la abuela?” –pregunta mi madre como si comprara una blusa de regalo. “Sí, me parece que está bien, elegilo si querés, parece de buena calidad”, cuando en realidad pensaba: “¿cómo es posible que alguien pueda pensar si va a gustarle su propio ataúd? ¿Cuál te gustaría a vos que estás leyendo?”

Estaba harto y quería salir de allí lo antes posible.

Es hora de entregar sus documentos cuando recuerdo que yo era su apoderado y en dos días debía cobrar el dinero de su pensión y que tal vez podríamos darlo por perdido o echar una corrida a la fotocopiadora de la esquina y realizar el trámite de todas maneras. Los muertos siguen viviendo cuando pueden proveer de un dinero.

Nada parecía haber cambiado en casi seis años, desde esa noche que velamos al abuelo en el mismo lugar: los mismos sillones de cuero marrón clarito, el frasco plástico de café instantáneo seco en el que metían sus cucharas los familiares de los velados, el mismo sueño conciente de que en realidad no estaba allí, mosquitos con mucha más sed que los de tu habitación y vigilantes con crema pastelera.

Ya es media mañana y apenas veo ingresar gente con cara de circunstancia; familiares o conocidos que nunca antes había visto y a los que les había chupado un huevo preocuparse por mi abuela en vida.

¿De qué se lamentaban estos malos actores empeñados en mostrarse afligidos? Todos parecían decir: “no te olvidés que vine a tu velorio cuando te toque ir al mío”.

Odiaba estas actitudes y yo mismo empezaba a caer en ellas. Avisé a muchos de mis amigos con tiempo suficiente pero no veía aparecer a ninguno de ellos y pongo en funcionamiento mi “amistómetro” y pienso en por qué no están ahí conmigo en ese momento. Estúpida tarea, por cierto.

Me acerco a la abuela por primera vez. Los curiosos se apartaron y el cajón quedó solo. Casi puedo escucharla pidiéndome agua como la madrugada anterior pero ahora las cosas habían cambiado. Las comisuras que antes se refrescaban estaban selladas con pegamento. Uno de sus ojos estaba apenas entreabierto e imaginé que estaría soñando de la misma manera que la había observado durante cientos de horas muertas.

Sus pómulos están hundidos y su piel tiene el color del arroz con un poco de azafrán.

Dejo fluir mis pensamientos sin intenciones de reprimirlos ni comunicarlos, una avalancha de obscenidades escatológicas, teniendo en cuenta la situación: los besos que dio y los orgasmos que gritó y las uñas que clavó... Sí, jamás había pensado en todas esas cosas al verla y ahora aparecían tan claras y vivas mientras los jugos se secaban, las funciones dejaban de funcionar y los esfínteres se cerraban cada vez más hasta hacerse polvo.

Alguien me sorprende abrazándome por la espalda y pretende contener mi dolor pero está llorando y yo no y su llanto me contagia mientras siento que una lágrima me pega un tarascón en el ojo.

Salgo a tragar un poco de humo pero el cielo no tiene mejor cara, parece estar sufriendo una severa pataleta al hígado, como si se hubiera atosigado con nubes de grasa y todo parece un gigantesco bloque de paté de foie.

Mi madre me recrimina porqué fumo tanto y me da la orden de acompañar a mi hermana a elegir un ramo de flores. No pongo resistencia y lo hago por inercia como quien no se encuentra en sus cinco sentidos piel adentro.

Nunca creí en las flores. Cada vez que veía un florero lleno también veía pétalos caídos y cálices achicharrados y sentía olores marchitos, la belleza cayéndose a pedazos, el egoísmo de regalar lo efímero y quizás toda belleza sea así de traicionera, pero prefiero creer en la belleza eterna, como en ese invento de la rosa de metal de Arlt.

Otras veces asociaba el florero a un globo de gas con el que jugaba en mi infancia y me quedaba dormido entusiasmado de verlo pegado al techo y al despertar lo buscaría para seguir jugando, pero siempre lo encontraba desinflado y pachucho en un rincón.

Es por eso que todos los años en los que la primavera inaugura su día o cuando las parejas van tomadas de la mano un catorce de febrero y las damas florean sus flores orgullosas, yo regalo semillas o plantas en maceta: si querés ver tu flor ensuciate las manos con tierra y regalá todos los días, trabajá por tu belleza que es tu propia invención y que no puede comprarse y si llega la hora de velarla espero te aprovisiones de las cáscaras de la nueva vida.

Llegamos a la florería en cuestión. “Elijan un ramito lindo” había dicho mi madre. La empleada rebosa alegría y en mi rostro le muestro todas las sonrisas que suicidé ese día.

Nos está dando a elegir y hace la cosa larga, dos de éstas, tres de aquéllas; esas son muy bonitas y están frescas. La parsimonia de esa ceremonia me está enloqueciendo y la empleada no deja de sonreír estúpidamente. Mientras me dedico a odiarla ella parece fortalecer su postura y refregarla contra mi descompostura. Soy un nene rabioso y pretenden someter mi empaco hundiendo mi cabeza en una bacha con agua helada.

Mi hermana no se apura y la deja actuar y yo también, pero callo porque sólo podría insultar. Ahora está pulverizando otro ramo y atándole una cintita, así queda lindo, ¿no?

Desaparezco de escena sin decir nada y mientras espero a que mi hermana salga rápido de allí dentro, postro mi violencia en un escalón y mi vista se marea al ver toda esa alfombra multicolor amputada en baldes. Los colores y las formas se mezclan y creo estar delirando y aprieto los dientes de ira cuando veo a una abeja confundida posarse sobre un clavel.

De poco servía odiar a la muerte y a sus promotores, a la empleada de la florería, al empleado de la funeraria, al cielo que no era celeste y a la abeja equivocada.

Todos hacían su trabajo y yo estaba ahí y no podía revertir nada. La frase de la abuela repiqueteaba contra mis paredones craneales como una pelota en una cancha de paddle abandonada y me di cuenta de que la estaba extrañando.

Me encierro en el baño del velatorio y paso el cerrojo por si alguna lágrima se le ocurría escapar y contar lo que estaba haciendo: llorar, llorar... mis párpados se convirtieron en los trampolines de una pileta olímpica desde donde las lágrimas se tiraban de cabeza y nadaban todos los estilos en mis mejillas y así lloré varios largos ida y vuelta, porque las lágrimas parecían estar disfrutando del deporte de llorar y volvían al trampolín una vez más, a echarse un clavado monumental.

Me iba en lágrimas mientras pensaba que después de todo la abuela siempre había sido compasiva conmigo. Le contaría a todas las enfermeras que su nieto era como la luna porque se quedaba de noche y su nieta como el sol porque trabajaba de día. Y todavía podía enorgullecerse de cosas que yo había dicho o hecho cuando tenía cinco años y siempre me defendía cuando todos me acusaban de vago e irresponsable y me daba monedas para tabaco como si nunca hubieran dejado de ser para caramelos masticables.

Llegan dos empleados de alguna herrería con sus cajas de herramientas y se ganan una rebanada extra por sellar aquel cajón. Están dispuestos uno de cada lado fundiendo algo que parece aluminio en ebullición y después soldarán las coyunturas mientras veo que arrojan relámpagos violetas sobre el rostro de ese cristo tallado en madera.

Me concentro en el último segundo en que la veré, ese instante en el que querré deslizarme al interior con ella, salir corriendo y empujar a esos sujetos y gritarles qué carajo están haciendo, es mi abuela la que está ahí adentro. Pero ya dejé de verla y no me moví un milímetro, los hombres están enrollando cables y hay olor a quemado y todos lloran mientras las ramas más altas de mi árbol genealógico se quedan sin hojas.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Cheeba..un gusto leerte de nuevo. En lo personal, a mi se me antoja ver ésto pero en la pantalla... no sé, se me ocurre un corto o un largometraje (no sé si sea factible ésto, tú eres kien sabe)... acá en México los cortos y largos están dando mucho éxito, hay más público joven trabajando e invirtiéndole en eso y mira k en eso de los cortos sí somos exigentes, no nos va cualkier mamada... así k contémplalo y acá ya tienes segura una primera admiradora...

Felicidades y a ver k día me mandas el librito firmado, con un beso y dedicado jajaja...bueno, omite el beso!

Dzidzielia

Oli dijo...

!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

buena onda seba, saludos para ti

Anónimo dijo...

Tiene ritmo, mucha imagen y giros poéticos, bien, habrá que ver cómo continúa. Un abrazo.
Sergio Fombona

Sebastián Pablo Lastra dijo...

Gracias Dzidzielia, Seba y Sergio por los comentarios, se agradece que hayan leído y dejado su marca por acá, en breve iré subiendo algunos adelantitos más...

Seba ;)

Unknown dijo...

me lo leí todi! :)
(de nuevo... porque ya te había tomado prestado el borrador mientras dormías y me leí las primeras 17 páginas, jeje)

Javier Defox dijo...

Hola. chusmee el sitio y pinta interesante. Leí los primeros renglones del "adelanto" y amerita ua lectura serena...pero estyo en lo de mis suegros con una resaca fenomenal y me reclaman una presencia para la foto familiar imaginaria. Saludos, tambien de la zona norte

Anónimo dijo...

Hola Seba buenísimo, te felicito y me pone muy feliz ver que la ilustración finalmente cumplió su objetivo, me gustó mucho el relato, muy tuyo tambien! eso de mirar con odio a la maceta, es un detalle exquisito, me siento identificado, creo que eso te hace un grar escritor: el poder mostrar sentimientos por los que todos hemos pasado pero consideramos efimeros de explicar a veces en una conversacion, pero vos encontrás el punto perfecto para hacerlo

Te corto el divague por que justo me estaba yendo a dormir. te mando un abrazo y después contame como van tus cosas y cuando sale féretro! me encantaría leerlo!

Abrazo!!

Rodrigo

Anónimo dijo...

que mal escribis flaco, es una pena que se rellene el mercado editorial con pretenciosos sin talento como vos.

Sebastián Pablo Lastra dijo...

Genial Anónimo! la verdad es que venía necesitando un detractor como vos y que además usa palabras como mercado, editorial y no da su nombre, me encanta jaja no se puede gustar a todo el mundo, eso lo acepto, pero por suerte no me lee gente como vos!

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Y usté dice...¿cómo es que dice?...bueno, diga nomás lo que usté quiera decir!