martes, 23 de febrero de 2010

Nuevo Fragmento "Féretro para Dos"

Acá les traigo otro pequeño fragmento que forma parte de mi segundo libro, la novela "Féretro para Dos", aún quedan disponibles algunos ejemplares de la primera edición, si todavía no tenés el tuyo escribime a: cheeba79(arroba)gmail.com y arreglamos para que llegue a tus manos.

Muchas gracias!



... un estacionamiento puede transformarse en tu ataúd. Eso es lo que debe haber sentido mi padre cuando tras bajar del auto pisó unas finas tablas de madera que cubrían una fosa de taller mecánico y que cedieron y lo catapultaron hasta el fondo, a más de dos metros de profundidad.
El costado dolía, dos o tres costillas rotas mínimo. Es tarde y el auto está encima, aún encendido y carburando y nadie puede escuchar los gritos de ayuda. Podía confiar en la fuerza de los brazos si al menos pudiera llegar hasta el borde de esa oscura sepultura sin escaleras.
Lo único que había era un pedazo de chapa que resultó muy bien como trampolín y eso me hizo pensar que hasta la misma muerte puede ser piadosa a veces, puede tenderte una mano, iluminarte una llave, empujarte el culo de nuevo a la superficie.
Helga era su pareja en ese momento. Helga es un nombre muy feo que sólo asociaba a huelga y acelga y cada vez que me la nombraba imaginaba una huerta de paro. Ella era enfermera y se encargó de velar por su rehabilitación, hasta un punto que rozaba la obsesión: No hagas esto, no hagas lo otro, eso te puede hacer mal. Los médicos decían que hasta reírse con ganas podía impedir que sus costillas soldaran como debían. Cuando iba a visitarlo no estallar en carcajadas por cualquier asunto era una tarea difícil y él se agarraba el costado vendado y decía que no fuera hijo de puta que no lo hiciera reír.
Las costillas habían sanado pero Helga era dueña del soplete y se las arreglaba para conseguir falsas radiografías y diagnósticos de médicos amigos que señalaban que la curación no había terminado.
Mi padre pasaba gran parte del día solo en su departamento y empezó a sentirse prisionero y a desconfiar del amor de esa mujer, que parecía temer que en cuanto sus alas volvieran a estar sanas remontara una vez más la altura y la abandonara. Sí, era conveniente mantenerlo inválido, enfermo, era preciso hacerle creer eso; romperle los tobillos a martillazos si hacía falta para poder curarlos luego.
Pero mi padre logró escapar a tiempo.
Meses después me llamó para decirme: “Necesito que me ayudes, Helga tomó pastillas, Helga se está suicidando”.
Salimos a todos los kilómetros por hora que podía dar el auto mientras el teléfono celular sonaba y un mensaje de texto tras otro anunciaba cosas como: “Ya no hay nada que hacer, es tarde, te voy a amar siempre”. Empecé a dudar de cómo una persona que había ingerido una dosis mortal de pastillas era capaz de estar escribiendo tan claramente, sin faltas de ortografía ni teclas equivocadas y mantener el pulso.
Llegamos y nos abre la puerta. Su imagen es miserable y no parecía ser la misma mujer que había visto tiempo antes. Tenía un camisón viejo y el maquillaje de sus ojos corrido daba la impresión de que hubiera llorado un yacimiento de carbón y varios mineros atravesados.
Mi padre la socorre, la aparta y la llena de preguntas pero no parece estar al borde de la muerte ni mucho menos. Argumenta que le hicieron un lavaje de estómago en su propio baño, cosa para nada posible como comprobamos más tarde.
Mientras analizo la escena del crimen un viejo pekinés histérico embarulla mi concentración, gira sobre su propia impotencia y vuelve a ladrarme. Sus dos órbitas negras ponen a prueba la resistencia de toda presión ocular y me enseña sus colmillos amarillentos y sarrosos de pequeño mamut enfurecido.
Era el guardián del hogar y quizás nunca dejo de soñar que era un dogo, un ovejero alemán o un frondoso gran danés; de esos que meten miedo de veras.
Todo había sido una falsa alarma pensada con premeditación. Sobre la mesa había un desorden de sedantes y somníferos varios, tabletas y frascos y prospectos arrugados, pero hasta en ese caótico desparramo existía el orden de lo pensado para causar una impresión. Y por cierto era un buen trabajo que haría poner furiosa de celos a cualquier escenográfa encargada de representar una escena tal.
No había masticado bocado y me sentía un pelicano capaz de embuchar varios kilos de pescado fresco, así que cruzamos al bar de enfrente y elegimos el menú del día: vacío con papas a la criolla, vino de la casa y flan con dulce de leche. Para entonces ya habíamos casi olvidado a esa pobre mujer que cayó en su propia trampa de amor.

Fragmento de "Féretro para dos" si te interesa conseguir el libro completo, escribime a: cheeba79(arroba)gmail.com

2 comentarios:

Barbarella dijo...

Qué buen fragmento! Me había olvidado de algunos detalles, en cualquier momento lo vuelvo a leer. Besos!

Val dijo...

Digo que quiero un indeleble y un feretro--- se lo preste a mi hna de 15 años y le encanto, ella a diferencia de sus hnas mayores lee desde que tiene uso de razon...y kiza antes tambien...:) y me encantaria ser quien le muestre todo todo este mundo de escrt.indep.
Me encanta lo q haces loko--

Publicar un comentario

Y usté dice...¿cómo es que dice?...bueno, diga nomás lo que usté quiera decir!