viernes, 25 de septiembre de 2009

Presentación "Féretro para Dos"


Mañana estaré presentando mi libro en el barrio de Victoria, será bienvenid@ todo aquel que se quiera pegar una vuelta, muchas gracias!

lunes, 14 de septiembre de 2009

Ya Salió!!!

Foto: 12/9 Primera presentación pública de "Féretro para Dos" en la 1° F.L.I.A, La Plata


Basta de adelantos! Ahora ya podés tener en tus manos mi tan esperado segundo libro...

En el Aura del Sauce presenta, una novela de Sebastián Pablo Lastra
"Féretro para Dos"

1ra edición, Buenos Aires 2009
184 páginas / 10 x 17cm
I.S.B.N: 978-987-24634-0-3
Tirada: 200 ejemplares

Diseño de Interior: Sebastián Bruzzese
(sebruz@gmail.com)

Arte de Tapa: Rodrigo Campos
(gauchito85@hotmail.com)

Diseño de Tapa: Nahuel Fredes
(nahuelfredes@hotmail.com)


Si te interesa conseguir un ejemplar podés pedirlo escribiendo a: cheeba79@gmail.com

Próximamente en librerías, ferias y puntos de distribución


jueves, 10 de septiembre de 2009

Nuevo Adelanto, Féretro para Dos

Luego de un año de idas y vueltas, de alguna que otra presentación pública y de lecturas personales a amigos con oídos pacientes, el sueño de un segundo libro hecho papel ya casi es una realidad... faltan apenas unos días...
Agradezco a quienes me han hecho llegar comentarios via mail o que lo han hecho aquí mismo y me alientan a continuar con una de las cosas que más disfruto hacer en esta vida.

Entonces, aquí les dejo unos nuevos fragmentos aislados del libro...




Y vuelvo a vos mientras me siento al filo del cordón para observar cada adoquín como una revelación del pasado.
Hay demasiadas cosas en la calle empedrada de mi cerebro. Debo ir soltándolas de a poco, una a la vez, caóticamente si es necesario ¿qué no lo es? Voy trazando mi propio mapa del tesoro para esconderlo bajo esa piedra suelta pero luego olvido cuál es y ya no tengo forma de encontrar mi botín, entonces no queda más remedio que aflojar todas las piedras y transformar esa calle en una calle de tierra y seguir cavando hasta el mismo centro del planeta, si es que hace falta.


Llegó otra idea vestida de calandria. No parece tener hambre sino que se me regala regurgitando una reserva del buche. Me escruta de reojo como lo hacen ciertos pájaros que parecen adivinar tus intenciones, estudiándote en un lapso de recreo antes de retornar a sus funciones. No me muevo, casi ni respiro y se queda más de la cuenta.
Nos hipnotizamos mutuamente. Escucho un campanilleo y le cuento mi anécdota. Es mamá llamando a cenar, haciendo sonar una campanita de cerámica. Desde los once o doce años sólo puedo escucharla en mi memoria. ¡Qué alegre era! A comerrrrrrrrrrrrr, la r periódica y el olor de la cena.
A veces la hacía sonar a propósito, a cualquier hora, y los jugos gástricos rebalsaban de emoción. Cada noche la campanita antecedía una sabrosa sorpresa.
Hasta que dejó de sonar y mamá dejó de cocinarnos. Si no cocinaba para mi padre no tenía sentido cocinar para nadie más. Ni para mi hermana. Ni para mí. Ni para el gato.
Recuerdo una tarde en particular. Eran las tres o las cuatro de la tarde y pasaba gran parte del día solo. No había ni en la alacena ni en la heladera absolutamente nada que pudiera comerse crudo y el gran problema estaba en que no sabía prender la hornalla y aún no había masticado bocado.
No sabía usar el magiclick. No le encontraba la vuelta al abrelatas. Me ensaño con una lata de atún y otra de jardinera. Voy al galpón y encuentro un martillo y un cortafierros, pero termino haciendo un desastre. No me pueden ganar dos latas de mierda…
Cruzo la calle desesperado y no con poca vergüenza le pido a una vecina que me las abra. Qué tonto. Parecía tan fácil... al menos en manos hábiles.
Y ese fue el último día de mi vida como machista. Desde entonces había que cocinarse, que lavarse, que aprender a limpiarse el culo con el áspero papel de la vida.
La calandria se identifica con mi historia y parece recordar el momento en que apenas era una vulva hambrienta. Bastaba con abrir el maxilar lo más tirante posible para que alguien te echara un bocado y enseguida se va volando dejando el vacío de su silueta.


Pocas moralejas me han sacado tanto de quicio como aquella de la cigarra y la hormiga. Desde niño siempre supe que mi destino era el de la cigarra. No había otra opción posible. Resistiría con todas mis fuerzas para no transformarme en una hormiga. O moriría en el intento. Me sublevaría contra todos aquellos que pretendieran mostrarme cómo mover las antenas. Cómo mirar al mundo con ojos que no me pertenecen. Como cargar tanta cantidad de veces mi propio peso. Reivindiqué la suerte de la cigarra. De todas las cigarras. Pensé muchas otras moralejas posibles en las que la cigarra resultaba triunfando. Lloré su muerte como lloraría la propia si pudiera hacerlo. ¿Qué digo? ¡La lloré como cada vez que he muerto. Como cada vez que me han matado. Como cada vez que me dejé morir.
La hormiga es la sociedad. El egoísmo autómata. El reflejo condicionado. La previsión constante para los malos tiempos ¡Y todos son malos tiempos cuando te olvidás de disfrutar de vos mismo! Y todos son malos tiempos cuando no te detenés a preguntarte quién sos y cuál es tu misión (porque la tenés, aunque pretendás desentenderte de ella). Cuando tu vida se transformó en un recreo que dura muy poco.
La hormiga es una puerta que se cierra. Que te deja morir de hambre y de frío en invierno. Es un “yo te avisé pero vos no quisiste escucharme, ahora atenete a las consecuencias”.
Todos somos hormigas que atenazan sus propias migas individuales. Todos escondemos nuestro miedo en el recoveco más oscuro del hormiguero. Allí donde no pueda encontrarlo nadie más. Quizás ni siquiera nosotros mismos.
Constituyamos ahora una hermosa sociedad de cigarras alegres, ociosas, despreocupadas. Cantemos toda la primavera, verano, otoño e invierno. Cantemos aunque no existan las estaciones y cantemos en las estaciones de todos los planetas. Cantemos aunque nuestras alas estén gastadas. ¿Qué es más fácil decirlo que hacerlo? (esa es la pregunta que te hará toda hormiga). Es fácil si empezás a hacerlo hoy. Si te echás panza arriba a gozar tu presente y entonar tu propia canción, aunque te hayan arrebatado todo el repertorio y debas empezar de nuevo ¿por qué las hormigas siguen siendo más y más poderosas? ¿Por qué tantas cigarras deben disfrazarse de hormiga?
Echemos alcohol de quemar y un fósforo en la boca del hormiguero. Dejemos el suelo infecto y remontemos la rama más elevada.
Y aunque apenas lleguemos a mitad del tronco, entonces esa será nuestra cima y al menos lo habremos intentado.
Mientras tanto, no tendremos pocos problemas. Dalo por hecho.

No tengo dinero. El dinero es alérgico a mis manos. Mi billetera murió de inanición hace tiempo. La asesiné cuando quiso masticarme los documentos para tragarse el vapor adherido de un billete de dos pesos. Debería haber matado también mis documentos. Ni siquiera parezco ser el mismo de la foto y no me gusta deletrear ocho números después de mi nombre. Si me cayera muerto en este momento tendría que pagarle al piso en cuotas, flexibles, cómodas, es decir con intereses. Todo tiene un interés. La vida es una tabla de debe-haber. El saldo es la carta marcada para ganarte todas las partidas. El débito tu vida.
Desde niños nos enseñan a manejar dinero, nos acostumbran a contarlo, a plancharlo, a cuidarlo, a ser responsables y no derrocharlo, a esconderlo en las medias, en las pelotas, en el corpiño, el mandado se premia con el vuelto y ojo no vayan a robarte. Andate con ojos en la nuca. Ponele un candado doble traba al bolsillo. Una clave de diez dígitos a la tranquilidad (porque nunca anduve tranquilo con dinero de sobra encima). El ratón Pérez es un usurero que vende dientes al triple de lo que los paga. Y pensar que me aflojaba los colmillos con una tenaza para que viniera más rápido y pudiera ser más rico al despertar. Un billete caliente bajo el plato de ñoquis. Ritual. Superstición. Superchería. Estampitas. Velas. Oraciones. Ruegos. Cintitas de colores. ¿Qué sería de todos los dioses si no se les pudiera pedir dinero? ¿Por qué la figura de la alcancía es un chancho, ese animal que podría deglutir sus propios huesos y los tuyos también? Te incluyo en mis tres deseos, justo después de amor y antes de salud. Soplo las velitas y te invoco en el humo. Te deseo a raudales a ráfagas y aludes, del piso al techo. Hasta que me tapes. Hasta que ya no pueda ni contarte. Nacer es dinero. Morir es dinero. Todos los días entre medio son dinero. ¡Y si no te gusta exiliate a Mercurio! Mientras tanto tendrás que seguir girando el rodillo y golpeándote las rodillas porque los limones nunca coinciden en la misma línea. El mundo para el que nos preparan puede ser todo lo poético que quieras, pero que sea con dinero. Sin dinero se acaba la poesía y no se llena la barriga. Sin dinero no podrás pagarte ni una buena siesta. La almohada te sacudirá la cabeza en la mejor parte, justo cuando tenías al sueño en ropa interior y con el sexo húmedo. ¿Por qué?
¿Por qué sigue siendo legal el dinero e ilegal cultivar una flor? La constitución es la más pura declaración de anticonstitucionalidad.
Que no se nos pase la hora de ser consecuentes con nuestras propias leyes porque todas las que fueron inventadas nos presionan la nuca para que no levantemos la cabeza. Para que no podamos ver. Para que cuando se te contracture el cuello no preguntes porqué. Porque es más sencillo acostumbrarse a soportar la cefalea, las vértebras de nuestros deseos cotidianos herniados.
Que las neuronas y todas las células forniquen salvajemente el sexo de las cavernas. Que se aflojen las arandelas. Quiero escuchar el respaldo golpear y los tirantes crujir contra las paredes de adentro de tu cuerpo.

Fragmentos extraídos del libro "Féretro para Dos", Sebastián Pablo Lastra 2008